Marilyn Monroe y Joe DiMaggio, vivieron un tórrido romance como si hubiesen jugado un frenético partido de béisbol porque curiosamente, sólo estarían juntos…¡9 meses!
Y que si hicieron historia la diosa rubia y el “Clipper” de los Yankees de Nueva York.
La historia nos cuenta de que mientras un juez le negaba a su ex esposa Dorothy la petición de más ayuda económica de parte de DiMaggio, en otro juzgado aplicaban una sanción por infracción a las leyes de tránsito a.... Marilyn Monroe.
En ese momento dos estrellas, dos celebridades, habían coincidido y como de rayo de luz incesante, Joe, el gran ídolo de millones de aficionados al béisbol, se había enamorado de la bella rubia… y empezaría la corte amorosa.
Cierto es que ella soñaba con alguien que la quisiera, le hablara de amor y llenara de atenciones y halagos.
Y por supuesto que DiMaggio era todo un caballero y le hizo sentir todo lo que deseaba, por lo que Marilyn se enamoró, posiblemente por primera vez.
Así, el 14 de enero de 1954 se casarían casi en privado el más famoso jugador de pelota y la más famosa sexi estrella del espectáculo para irse enamorados de luna de miel a Japón con las cámaras de televisión encima, con todo y que por su timidez e incomodidad ante la fama, Joe buscaba la privacidad.
Se habían unido dos verdaderos e idolatrados íconos de la vida estadounidense… para envidia y/o admiración de millones de sus fans.
Simbolizaba el orgullo Yankee
En esos días, junto con otros peloteros de Ligas Mayores, Joe visitó en hospitales y en Vietnam a los soldados heridos para saludarlos, darles ánimos y desearles su recuperación, recordando sus días en Corea. Daba gran alivio su presencia, ya que, después de todo, simbolizaba el orgullo Yankee.
Una ocasión, Marilyn Monroe, quien también visitaba a las tropas estadounidenses para entretenerlos con su canto, encanto y presencia, le preguntó si sabía lo que se sentía estar frente a unas 50 mil personas, a lo que le contestó... “Sí, sí lo sé”.
Sin embargo, el matrimonio no iba a durar mucho tiempo.
Para empezar, le disgustaba verla en papeles demasiado atrevidos y sexuales y aún cuando aceptaba que fuera actriz, tenía una pobre opinión de la industria del celuloide porque sentía que la explotaba.
Joe DiMaggio, como buen latino, no comulgaba con aquello de que todos los hombres compartieran las cualidades físicas de su mujer. Odiaba que tuviera que exhibirse. Sentía que la veían con deseo. Y... no era para menos.
Seguramente “El Clipper” nunca olvidó el saludo de Marilyn al presidente Kennedy en el Madison Square Garden de Nueva York, cantándole el Happy Birthday con un vestido ajustado y transparente que no dejaba nada a la imaginación y que quedó entre los momentos más destacados del siglo XX.
Otra ocasión, acompañado de Frank Sinatra, hizo su entrada a un hotel y llegó hasta su cuarto cuya puerta rompió ya que tenía la seguridad de que Marilyn estaba ahí con un hombre. La pareja que ocupaba la habitación por poco y muere del susto y él no hallaba la forma de disculparse.
Se sabe que Marilyn le quería hacer entender que sólo a él le amaba y que exhibirse era parte de su trabajo. Incluso deseaba de todo corazón tener un hijo, pero la naturaleza le había negado la maravilla de la maternidad. Algo había mal en su organismo que se lo impedía.
La famosa escena del Metro
Cuando aquella famosa escena que se repitió más de dos ocasiones sobre un respiradero del Metro de Nueva York, en la esquina de Madison y Séptima Avenida, en que a Marilyn se le levantaba la falda frente a una multitud de curiosos que presenciaba la filmación, (The seven year itch), decidió que ya era suficiente y pensó en el divorcio.
Ya había notables diferencias en temperamentos, gustos y estilos de vida entre ambos, como para seguir viviendo bajo el mismo techo.
Y llegó lo inevitable ante los tribunales de California del sur: De acuerdo a las bases usuales ordinarias de crueldad mental, un juez declaró nulo el matrimonio con todo y que lo lamentaban, decidiendo no llegar a ninguna disputa por propiedad o finanzas entre ambas partes.
Marilyn se hundió en la depresión. Se había ido de su lado la única persona que había amado y se sentía sola y triste. DiMaggio, por su parte, había declarado que la amaba más que a nadie, pero que sería incapaz de seguir viviendo a su lado sabiendo que la exponían “como carne en un mercado”.
Después la hermosa Monroe contrajo nupcias con el escritor Arthur Miller, uno de los más famosos intelectuales de los Estados Unidos.
Sin embargo éste comenzó a hablar y escribir despectivamente de ella, por lo que el divorcio no se hizo esperar en 1961 y una vez más quedaba sola y con problemas emocionales.
En esos días, DiMaggio siempre le acompañó como amigo y había rumores de segundas nupcias. Pero su temperamento tranquilo no ayudó ni era el remedio para la necesidad compulsiva de amor que ella necesitaba.
Más tarde, la noche del 5 de agosto de 1962, la historia nos cuenta la muerte a sus 36 años de edad, al parecer por una sobredosis de barbitúricos, dejando una profunda tela de duda su muerte por su relación reciente que había tenido con el Ministro de Justicia, Robert Kennedy, y su hermano el Presidente John F. Kennedy.
Un observador diría en esos días en torno a Joe: “Ha sido su peor derrota en una vida llena de triunfos”.
El se hizo cargo de los servicios funerales y no pasaron más allá de 30 invitados, sin que se observara la presencia de celebridades. Ahí estuvo su hijo Joe Jr., con su uniforme de la Marina.
Después de los funerales, durante un lapso de 20 años, DiMaggio le estuvo mandando rosas rojas a su tumba dos veces por semana, pero dejó de hacerlo cuando se hizo público por la prensa.
Su gesto de darle una ceremonia fúnebre toda digna y el envío en secreto de rosas rojas y su repentina interrupción, sugieren, sin duda alguna, la verdadera profundidad de los sentimientos hacia Marilyn Monroe.
Más tarde, en su restaurante de San Francisco, los aficionados podían saludarlo y platicar con el... siempre y cuando no preguntaran sobre.... Marilyn
Y que si hicieron historia la diosa rubia y el “Clipper” de los Yankees de Nueva York.
La historia nos cuenta de que mientras un juez le negaba a su ex esposa Dorothy la petición de más ayuda económica de parte de DiMaggio, en otro juzgado aplicaban una sanción por infracción a las leyes de tránsito a.... Marilyn Monroe.
En ese momento dos estrellas, dos celebridades, habían coincidido y como de rayo de luz incesante, Joe, el gran ídolo de millones de aficionados al béisbol, se había enamorado de la bella rubia… y empezaría la corte amorosa.
Cierto es que ella soñaba con alguien que la quisiera, le hablara de amor y llenara de atenciones y halagos.
Y por supuesto que DiMaggio era todo un caballero y le hizo sentir todo lo que deseaba, por lo que Marilyn se enamoró, posiblemente por primera vez.
Así, el 14 de enero de 1954 se casarían casi en privado el más famoso jugador de pelota y la más famosa sexi estrella del espectáculo para irse enamorados de luna de miel a Japón con las cámaras de televisión encima, con todo y que por su timidez e incomodidad ante la fama, Joe buscaba la privacidad.
Se habían unido dos verdaderos e idolatrados íconos de la vida estadounidense… para envidia y/o admiración de millones de sus fans.
Simbolizaba el orgullo Yankee
En esos días, junto con otros peloteros de Ligas Mayores, Joe visitó en hospitales y en Vietnam a los soldados heridos para saludarlos, darles ánimos y desearles su recuperación, recordando sus días en Corea. Daba gran alivio su presencia, ya que, después de todo, simbolizaba el orgullo Yankee.
Una ocasión, Marilyn Monroe, quien también visitaba a las tropas estadounidenses para entretenerlos con su canto, encanto y presencia, le preguntó si sabía lo que se sentía estar frente a unas 50 mil personas, a lo que le contestó... “Sí, sí lo sé”.
Sin embargo, el matrimonio no iba a durar mucho tiempo.
Para empezar, le disgustaba verla en papeles demasiado atrevidos y sexuales y aún cuando aceptaba que fuera actriz, tenía una pobre opinión de la industria del celuloide porque sentía que la explotaba.
Joe DiMaggio, como buen latino, no comulgaba con aquello de que todos los hombres compartieran las cualidades físicas de su mujer. Odiaba que tuviera que exhibirse. Sentía que la veían con deseo. Y... no era para menos.
Seguramente “El Clipper” nunca olvidó el saludo de Marilyn al presidente Kennedy en el Madison Square Garden de Nueva York, cantándole el Happy Birthday con un vestido ajustado y transparente que no dejaba nada a la imaginación y que quedó entre los momentos más destacados del siglo XX.
Otra ocasión, acompañado de Frank Sinatra, hizo su entrada a un hotel y llegó hasta su cuarto cuya puerta rompió ya que tenía la seguridad de que Marilyn estaba ahí con un hombre. La pareja que ocupaba la habitación por poco y muere del susto y él no hallaba la forma de disculparse.
Se sabe que Marilyn le quería hacer entender que sólo a él le amaba y que exhibirse era parte de su trabajo. Incluso deseaba de todo corazón tener un hijo, pero la naturaleza le había negado la maravilla de la maternidad. Algo había mal en su organismo que se lo impedía.
La famosa escena del Metro
Cuando aquella famosa escena que se repitió más de dos ocasiones sobre un respiradero del Metro de Nueva York, en la esquina de Madison y Séptima Avenida, en que a Marilyn se le levantaba la falda frente a una multitud de curiosos que presenciaba la filmación, (The seven year itch), decidió que ya era suficiente y pensó en el divorcio.
Ya había notables diferencias en temperamentos, gustos y estilos de vida entre ambos, como para seguir viviendo bajo el mismo techo.
Y llegó lo inevitable ante los tribunales de California del sur: De acuerdo a las bases usuales ordinarias de crueldad mental, un juez declaró nulo el matrimonio con todo y que lo lamentaban, decidiendo no llegar a ninguna disputa por propiedad o finanzas entre ambas partes.
Marilyn se hundió en la depresión. Se había ido de su lado la única persona que había amado y se sentía sola y triste. DiMaggio, por su parte, había declarado que la amaba más que a nadie, pero que sería incapaz de seguir viviendo a su lado sabiendo que la exponían “como carne en un mercado”.
Después la hermosa Monroe contrajo nupcias con el escritor Arthur Miller, uno de los más famosos intelectuales de los Estados Unidos.
Sin embargo éste comenzó a hablar y escribir despectivamente de ella, por lo que el divorcio no se hizo esperar en 1961 y una vez más quedaba sola y con problemas emocionales.
En esos días, DiMaggio siempre le acompañó como amigo y había rumores de segundas nupcias. Pero su temperamento tranquilo no ayudó ni era el remedio para la necesidad compulsiva de amor que ella necesitaba.
Más tarde, la noche del 5 de agosto de 1962, la historia nos cuenta la muerte a sus 36 años de edad, al parecer por una sobredosis de barbitúricos, dejando una profunda tela de duda su muerte por su relación reciente que había tenido con el Ministro de Justicia, Robert Kennedy, y su hermano el Presidente John F. Kennedy.
Un observador diría en esos días en torno a Joe: “Ha sido su peor derrota en una vida llena de triunfos”.
El se hizo cargo de los servicios funerales y no pasaron más allá de 30 invitados, sin que se observara la presencia de celebridades. Ahí estuvo su hijo Joe Jr., con su uniforme de la Marina.
Después de los funerales, durante un lapso de 20 años, DiMaggio le estuvo mandando rosas rojas a su tumba dos veces por semana, pero dejó de hacerlo cuando se hizo público por la prensa.
Su gesto de darle una ceremonia fúnebre toda digna y el envío en secreto de rosas rojas y su repentina interrupción, sugieren, sin duda alguna, la verdadera profundidad de los sentimientos hacia Marilyn Monroe.
Más tarde, en su restaurante de San Francisco, los aficionados podían saludarlo y platicar con el... siempre y cuando no preguntaran sobre.... Marilyn
No hay comentarios:
Publicar un comentario